lunes, 31 de diciembre de 2012

Bachelet, la Zapatero chilena


Bachelet, la Zapatero chilena
Por Mónica Mullor  (periodista española que visitó Chile recientemente)

 

En mi reciente estancia de mes y medio en Chile –coincidiendo con las elecciones municipales, observé que la izquierda de todos los sabores y colores alberga la esperanza de que las próximas presidenciales las gane la ex presidenta socialista Michelle Bachelet. Es éste un pronóstico que se da por seguro desde la izquierda y también desde el centroderecha.
 
Así las cosas, y curiosamente impulsada más por su ausencia que por su presencia en el debate político, Bachelet pareciera encarnar a la Gran Mamá del pueblo chileno, capaz de hacer realidad todos los deseos imaginables y poner la casa en orden, luego de los “desastrosos” años de gobierno de Sebastián Piñera, caracterizados por un gran crecimiento económico, los bajos índices de cesantía, las grandes reformas en educación, la lucha contra la pobreza extrema y las medidas en favor de la mujer; es decir, por las reformas que Bachelet no acometió en sus años de gobierno.

De vuelta en Madrid, y reflexionando sobre mi estadía en Chile, me quedo con lo mejor: allí los derechos van ligados a los deberes y se potencia el espíritu emprendedor. Los chilenos tienen conciencia de que todo cuesta, porque, por ejemplo, ni la universidad ni el sistema sanitario son gratuitos.Chile es un país que funciona y los chilenos parecen contentos con el gran progreso que están experimentando. Yo también.
 
El contagioso optimismo de los chilenos se desvaneció rápidamente cuando me reencontré con la desesperanza que agobia cada día más a losespañoles. El desempleo no para de crecer y ya supera los 5,8 millones; el 52% de los jóvenes no tiene trabajo, 1,7 millones de hogares tienen a todos sus miembros en paro. No sin razón, en lo que va de año en Madrid se han celebrado ya más de 3.000 manifestaciones, autorizadas o no.

Este es el resultado de los años locos de España, de cuando estuvo gobernada por un colega socialista de Michelle Bachelet. ¿Lo recuerdan? Su nombre es José Luis Rodríguez Zapatero, que tiró la casa por la ventana e hizo que se olvidase la relación existente entre deberes y derechos, entre esfuerzo y resultado. Su política de promesas a destajo, de ofrecer múltiples derechos a la ciudadanía, como si fueran maná caído del cielo, hizo que España llegara a la situación en que está ahora: endeudada, embargada y desacreditada.
 
En tiempos de bonanza económica, el colega de Bachelet permitió que en España se inflaran muchas burbujas, empezando por la crediticia y la inmobiliaria, que a su vez condujeron a una burbuja política, sustentada en la acumulación de ingresos tributarios de todo tipo.

Los tiempos del despilfarro y del todo gratis de Zapatero dieron también lugar a la burbuja sanitaria. Todos los partidos políticos (sin excepción) coreaban al unísono que la sanidad pública sería siempre universal y gratuita, lo que condujo a un uso irresponsable de los recursos sanitarios.

En el plano educativo, hace ya mucho que España optó por la vía populista argentina: universidad para todos y gratuita. Se apostó por la cantidad y no por la calidad, lo que llevó a la masificación de la educación superior, que abrió sus puertas a estudiantes poco preparados. Y así continúa hasta hoy la universidad española, navegando en un mar de mediocridad institucionalizada. Por eso no es de extrañar que España no tenga una sola universidad entre las 150 mejores del mundo.

En el ámbito de las infraestructuras, los políticos (con dinero de los fondos europeos) invirtieron miles de millones de euros en la construcción de aeropuertos sin viajeros, autopistas sin automóviles, palacios de congresos sin congresos, tranvías y trenes de alta velocidad sin pasajeros.
 
Fueron los años del populismo desenfrenado del Estado de Bienestar, de la generosidad irresponsable del Estado y la inflación de derechos. Su efecto más dañino fue una concepción falsa del progreso como algo conquistado de una vez y para siempre. Todo era un engaño: los tan mentados derechosno estaban pensados para momentos de verdadera necesidad, cuando muchos pierden su empleo y caen en la indefensión. Solo podían pagarse en situaciones de bonanza económica, no en tiempos como los que vive España desde hace ya cuatro años.
Resumiendo: el socialista Rodríguez Zapatero embaucó a los españoles, y ahora a España no le queda más que mendigar el dinero que precisa.
 
Nadie sabe lo que Bachelet se propone realmente, pero los ávidos dederechos y los beneficiarios del clientelismo ya están golpeando la puerta. Su juego de diva ausente a lo Garbo le está resultando de maravilla, y tal vez le sirva para ser elegida. Pero tendrá un problema. Un día deberá también gobernar y aguantar el chaparrón de las ilusiones frustradas, especialmente entre el izquierdismo más militante, que ha crecido alentado por el izquierdismo moderado de la Concertación, deseoso de hacer ingobernable el país para que crezca la nostalgia por Mamá Michelle.

La crisis de los países del sur de Europa, en especial la española, es unaadvertencia para Chile y los chilenos, un llamado a que no se dejen embaucar por argumentos populistas sobre las supuestas maravillas de los Estados de Bienestar.






Facultad de Humanidades de la Usach

El silencio de Michelle Bachelet ha terminado por transformarse, debido fundamentalmente a la obsesión de La Tercera y a su comparsa de la UDI, en una especie de ‘Mancha de Rorschach’.
¿Cómo ha sido posible esto? Permítanme —pido permiso— una muy breve explicación introductoria.
El genio de Rorschach se apoyó sobre una idea simple y revolucionaria a la vez; se trata de una de las ideas más importantes del siglo XX y que dio muchos frutos epistemológicos a la fenomenología, la psicología y el psicoanálisis: la percepción que los sujetos hacen de la realidad es una verdadera construcción y configuración interpretativa de ella. Los sujetos dotan activamente a la realidad de un sentido, un horizonte y una orientación. Contrariamente a lo que se piensa, la percepción que los sujetos hacen de la realidad está lejos de ser una dimensión puramente pasiva o receptiva, ahí lo revolucionario.
El silencio de Michelle Bachelet ha terminado por ser una ‘Mancha de Rorschach’. Una serie de sujetos lo dotan de sentido, lo interpretan, lo cargan con intencionalidad y hasta lo han llegado a vincular con una mala voluntad moral (‘ley de hielo injusta para Chile’ dijo MEO con su tono dramático de siempre; ‘el país está en ascuas del silencio de una persona’ dijo con su tono afectado de siempre Carlos Peña; acto de precaución con algo de ‘coñetería intelectual y política’ insinuó nuestro niño-terrible-de-la-tercera edad, Fernando Villegas con una mala leche archiconocida). En realidad, el silencio nos habla más —este es el punto— de la proyección de quienes lo configuran como acto político-discursivo que de la intencionalidad verdadera que pudiese tener… pues en realidad, no tiene.
Rorschach intuyó que los sujetos proyectan sobre el azar de los acontecimientos, o sobre un conjunto de manchas, un sentido que proviene fundamentalmente de sus propias vivencias, experiencias y prejuicios. Creó un famoso test —el test de Rorschach— en el que a un sujeto se le pide que se pronuncie sobre qué percibe en una serie de láminas con manchas azarosas, y lo que hacen los sujetos es proyectar sentidos y configurar formas desde sí.
Ahora bien, es en este sentido que decimos que el silencio de Michelle Bachelet ha terminado por ser una ‘Mancha de Rorschach’. Una serie de sujetos lo dotan de sentido, lo interpretan, lo cargan con intencionalidad y hasta lo han llegado a vincular con una mala voluntad moral (‘ley de hielo injusta para Chile’ dijo MEO con su tono dramático de siempre; ‘el país está en ascuas del silencio de una persona’ dijo con su tono afectado de siempre Carlos Peña; acto de precaución con algo de ‘coñetería intelectual y política’ insinuó nuestro niño-terrible-de-la-tercera edad, Fernando Villegas con una mala leche archiconocida). En realidad, el silencio nos habla más —este es el punto— de la proyección de quienes lo configuran como acto político-discursivo que de la intencionalidad verdadera que pudiese tener… pues en realidad, no tiene.
El silencio intencional de Bachelet no existe, es un invento de un diario, o de unos políticos de tercera línea, o de un grupo de precandidatos, o de una tropa de asesores comunicacionales que proyectan sobre él algo que no existe sino sólo en sus propias intencionalidades: el interés de sacar partido fácil, el producir una dialéctica de tú a tú con la única posible Presidenta del 2014 y todo cuanto se le pueda ocurrir a uno como rédito de una posible infracción a un silencio intencional falso, creado por ellos mismos como realidad.
No es un silencio cómplice de alguna de esas típicas estrategias RDA a lo Escalona, Andrade o Carvajal. No es de esos silencios aburridos de Fernando Paulsen que se va a USA a un ‘silencio reflexivo’ y habla en verdad todos los días en la radio. Menos un silencio como el Andrés Allamand (¿lo recuerda alguien?) en un desierto misional autoimpuesto como ruta de sanación. Tampoco es el desierto silencioso de un Mauricio Israel (literal) o el de un J.C. Eichholz, igual de aburrido —el silencio— escribiendo crónicas semanales en el decano. No. Lo de Bachelet no es de esos tantos silencios, retiros y desiertos de la elite comunicacional y política que Chile ha conocido.
Todos esos muchachos desesperados por dotarle sentido a un supuesto silencio intencional han terminado, finalmente, por transmutar a Michelle Bachelet en una nueva personificación de ese extraordinario personaje creado por Jerzy Kosinski en su novela‘Desde el jardín’.
Seguramente muchos hemos visto, además de leer la novela, la película protagonizada por el granPeter Sellers en el que interpreta a Mr. Chance. Es la historia de un personaje que no hacía ni decía sino lo que los otros interpretaban que hacía y decía. Un personaje extraño, único, especie de buen salvaje domesticado por la TV. Un personaje que, encerrado gran parte de su vida, sólo se preocupó de ver TV y cuidar un jardín y que al ser consultado, por ejemplo, por la economía norteamericana sólo atinaba a decir y hablar de jardinería. El punto es que todo el mundo (¡hasta el Presidente!) lo interpretaban como si fueran palabras sabias de un experto en economía.
Proyectaban sobre unas palabras azarosas, sobre un comportamiento azaroso, sobre un discurso azaroso todo un sentido que en verdad no tenía, pero que era interesado e intencional. Proyectaban sobre las ‘manchas discursivas’ de Mr. Chance su propio discurso.
En eso han transformado a Michelle Bachelet, en la Dama del Jardín (¿la vieron salir de su casa el otro día?) que mientras preocupada de las fiestas de fin de año, la cargan con un silencio falso e inexistente, o real y claro solamente en la mente de algunos afiebrados.

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